Una puerta que nunca encontré

A pesar de haber sido escrita antes que El niño perdido, William Faulkner (uno de los grandes lectores de Wolfe) consideraba Una puerta que nunca encontré «su continuación natural».

Aparece también aquí el hermano perdido, aunque son otros los verdaderos protagonistas de la novela: el padre muerto y la casa familiar; los rudos conductores que atraviesan Estados Unidos de noche con sus camiones repletos de mercancías y un millonario harto de su acomodada vida; los espléndidos y singulares estudiantes de una universidad inglesa y un misterioso personaje que, inmutable, observa cada día el mundo tras una ventana…

Pero, sobre todo, «protagoniza» estas páginas extraordinarias el narrador, un Thomas Wolfe que, como él mismo confesaría, dibujó aquí todo su entusiasmo, toda su confusión y todos sus anhelos juveniles (sin saber que moriría poco después, y aún joven).

Octubre de 1931, de 1923, de 1926, el mes de abril de 1928: un viaje en el tiempo por las estaciones clave en la naturaleza del país y por cuatro momentos esenciales en la vida del autor que muchos lectores reconocerán como parte de su propia vida.

Leído en la prensa

«La obra de Wolfe gira entre el desgarro y la nostalgia; entre la sensualidad y una exasperada y vehemente imaginación; entre el lirismos exaltado y la torturada densidad de su alma sureña; entre el exilio permanente y el desarraigo o unión imposible a una tierra aparentemente infinita, la americana, que cantaron los grandes bardos del país, desde Thoreau al mismo Kerouac, que se inspiró en él para su En el camino.» Mercedes Monmany, ABC

«La descripción de un mundo que pasa por el océano de sentimientos del autor impregna la narración en los cuatro cuadros que componen el relato. La quietud y no la acción, el fluir del ambiente por la memoria y el alma del narrador es lo que engrandece estas páginas. La estampa impresionista, modelada una y otra vez por la inabarcable plasticidad expresionista de que es capaz el autor, hace florecer en la mente del lector, una inacabable secuencia de manieristas sensaciones destinadas a convertirse en humus perdurable, en imágenes imprescindibles.» Alfonso López Alfonso, La Nueva España

«Títulos como El niño perdido, Una puerta que nunca encontré y Especulación lo han convertido en uno de los autores fetiche de esta editorial que tan bien está trabajando en la recuperación de textos ignorados y olvidados en nuestro país, poseedores de una indudable calidad que, tras su lectura, no se entiende cómo han podido ir languideciendo entre otras publicaciones de mucho menor peso.» Ramón Rozas, El Progreso

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