Honoré de Balzac nació en 1799 en Tours y murió en París en 1850. Empezó a escribir y a publicar de joven, pero no alcanzó la fama hasta 1829, con la novela histórica Los chuanes. A partir de ahí, cuaja un estilo personal en el que sobresale su habilidad para imbricar personajes de ficción en la realidad contemporánea, salvo incursiones en lo filosófico, como La obra maestra desconocida (1831-47), o en lo fantástico, como La piel de zapa (1831). A diferencia de otros escritores que incorporan el viaje en su literatura –Chateaubriand, Gautier, Mérimée–, y aunque ha viajado por media Europa, tiene un proyecto muy focalizado: el campo y la provincia francesa, y ese París por cuyas callejas le gusta perderse para observarlo todo, a la caza de expresiones y actitudes humanas para su obra.
Balzac inaugura, en 1836, el sistema de novela por entregas. Empieza a producir a gran escala y a agrupar sus obras, aunque todavía no ha ideado ese gran compendio de todos sus textos que es La comedia humana, que publicará la editorial Furne a partir de 1842. Son sus años de mayor creatividad, éxito social y económico. Con Papá Goriot (1834) descubre la fórmula del «regreso de los personajes», que le va a permitir tramar el tejido de lo que será esa obra magna de la Comedia: un centenar de novelas o relatos; más de dos mil personajes, de los cuales unos seiscientos repiten aparición y algunos se hacen asiduos. El estudiante Èugène de Rastignac, por ejemplo, nace en 1834 con Papá Goriot, pero nos lo encontramos en Estudio de mujer (1830) ejerciendo de joven apuesto y rico.
Las no pocas amantes de Balzac, entre ellas algunas aristócratas, mujeres mayores que han vivido lo suyo, fueron una fuente inapreciable de información sobre la psicología femenina y sobre el mundo del dinero y el poder. De hecho, nuestro autor, valedor por igual del placer femenino de la Fisiología del matrimonio (1829) y de la misoginia de El Coronel Chabert (1844), dedicó sus mejores páginas a la mujer, de la cortesana a la puritana, del palacio al arroyo; describiendo sin el menor lirismo romántico las realidades del amor y la sexualidad, incluso temas tan atrevidos para la época como la homosexualidad, o la zoofilia de Una pasión en el desierto (1830).
De sus paradojas, no es la menor que, tras haber sido bonapartista de joven y más bien liberal durante la Restauración, se volviera absolutista durante la monarquía constitucional orleanista, desengañado del parlamentarismo y de la burguesía. O que fuera un firme defensor de la religión a la vez que libertino y aficionado a las ciencias ocultas. O que defendiera los derechos atávicos de una aristocracia cuya inoperancia incapacidad para evolucionar denunciaba en toda su obra. O que fuera un periodista que odiara la crítica.
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