André Kertész (Budapest, 1894-Nueva York, 1985) fue uno de los fotógrafos más singulares e influyentes del siglo xx. En sus imágenes, los acontecimientos cotidianos se ven transformados por su visión poética. Como señala Alberto Manguel en su prólogo, «bajo la doble influencia del dadaísmo temprano y del incipiente periodismo fotográfico la cámara de Kertész encontró en la realidad objetiva sus límites absurdos». A pesar de que su familia deseaba que trabajara como corredor de bolsa, Kertész fue autodidacta y sus primeros trabajos fotográficos fueron publicados principalmente en revistas, una tendencia que mantuvo durante toda su carrera. En 1925 se mudó a París desde su Hungría natal, donde su acercamiento al medio ayudó a definir la mirada y el papel del fotoperiodismo y el arte contemporáneo en Europa. Kertész dejó París en 1936, ante la ascensión del nazismo en Alemania, para instalarse en Nueva York, pero no consiguió asegurarse una posición como periodista fotográfico y cayó en el olvido durante algún tiempo. Continuó construyendo su extraordinario trabajo, pero no fue hasta mitad de la década de los setenta cuando se lo reconoció como figura seminal en la historia de la fotografía. Su carrera abarca setenta y tres años, desde su cámara de placas hasta la Polaroid SX-70.
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