Edgar Allan Poe (Boston, 1809-Baltimore, 1849) vivió una vida marcada por la necesidad y la desgracia: huérfano desde muy pequeño, escritor profesional con constantes altibajos económicos, viudo tras el fallecimiento de su joven esposa, su prima Virginia Clemm. Pero su obra sentó las bases de la literatura del futuro.
Si el genio es la capacidad de «crear un tópico nuevo», como afirmaba Baudelaire (que lo tradujo y vivió poseído por este «escritor de los nervios»), de Poe surgen las reglas más fecundas de la literatura moderna. Por ejemplo, las del flaneurismo y el individuo perdido entre las masas de las ciudades. O las del cuento de terror psicológico, del que fue maestro en piezas célebres como «La caída de la Casa Usher» o «El corazón delator». O los elementos que definen el género policíaco, con las historias protagonizadas por Auguste Dupin, el primer detective. Poe fijó incluso las claves de una poesía moderna, urbana y «desromantizada» que da pie a las vanguardias del siglo xx y llevó a Stéphane Mallarmé a definirlo como «el dios intelectual de su siglo».
Su muerte, con apenas cuarenta años de edad (¿alcoholismo?, ¿sobredosis?, ¿suicidio?), sigue siendo un misterio.
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