Infancia berlinesa hacia mil novecientos
Esta obra central en el universo benjaminiano se empezó a escribir en los años treinta del pasado siglo como contrapeso al mítico (y extrañado) proyecto del Libro de los Pasajes y al ascenso de los nazis al poder.
Benjamin se torna a mirar su propia infancia: el nacimiento del «apetito de historias» en un niño enfermizo. No obstante, influido por Proust (de quien fue traductor), el autor alcanza una resonancia mayor y le devuelve su libertad fundacional a la forma ensayística: capta la compleja trama de temporalidades que nos conforma, la resistencia del pasado a marcharse y su promesa de futuro.
Con un acercamiento detallista y ensoñado, Benjamin observa un teléfono, un costurero o un parque en medio de la ciudad, y extrae de ellos el fundamento de la imaginación infantil, la magia de un pensar en imágenes, porque este libro es un mapa de la ciudad y un manual de instrucciones de la infancia en un momento en que ambas, ciudad y niñez, han desaparecido. Sin embargo, como siempre en Benjamin, lo extinguido adquiere una súbita modernidad. Y su mirada, entrenada en el arte de la espera, se transforma en una cartografía de los sueños contemporáneos.
Leído en la prensa
«Pocos escritores han contado mejor que Walter Benjamin la dulzura de ver por la ventana la nieve cayendo, y las ventanas iluminadas de noche al otro lado de la calle, con la claridad del gas, o las luces encendidas en los árboles de Navidad. (...) Benjamin concentra y depura, como excavando en un yacimiento muy rico pero muy estrecho.» Antonio Muñoz Molina, El País
«Un intelectual indispensable en el siglo XX. Representa muy bien la figura del intelectual atemorizado por la rueda de la historia, empeñado en cartografiar los sueños contemporáneos.» Use Lahoz, El Ojo Crítico
«Unas ediciones primorosas de sus memorias, libros de bolsillo o más bien breviarios […]. Un descubrimiento, una gratísima sorpresa.» La Cultureta, Onda Cero
«Benjamin no tenía necesidad de echar mano de su imaginación. En su lugar, prestaba oído a las historias que le contaban, alguien que narra es alguien que sabe escuchar, parece decirnos. Una obra absolutamente maestra.» J. Ernesto Ayala-Dip, El Correo
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